¿Qué ocurre con el pueblo brasileño? ¿Se puede hoy día repetir, con João Ubaldo Ribeiro, «Viva el pueblo brasileño»? ¿Dónde está el pueblo aguerrido que desencadenó a lo largo de su historia tantas revueltas libertarias, hoy ocultadas o edulcoradas por los libros didácticos?
¿Qué ocurre con el pueblo brasileño? ¿Se puede hoy día repetir, con João Ubaldo Ribeiro, «Viva el pueblo brasileño»? ¿Dónde está el pueblo aguerrido que desencadenó a lo largo de su historia tantas revueltas libertarias, hoy ocultadas o edulcoradas por los libros didácticos?
Desde la dictadura militar (1964-1985) nuestro pueblo no sufría tanto como en los tres años de (des)gobierno de Bolsonaro, un mandato que vino para destruir, como la dinamita que provoca la implosión de un edificio. No hay sector del país (excepto la minoría más rica) que no haya sido duramente afectado por este gobierno.
Hay retrocesos en todos los sectores: economía, salud, educación, etc. El precio de los combustibles se disparó; la inflación superó el techo previsto; el desempleo aumentó; los salarios perdieron poder adquisitivo; la educación se degradó; la salud padece en la unidad de terapia intensiva por la indiferencia ante los precios abusivos de los medicamentos y de los seguros privados. Y, sobre todo, por el genocidio de casi 660 000 vidas perdidas debido a la irresponsabilidad de un presidente que ignoró la vacuna y propagandizó la ineficaz cloroquina.
En el área socioambiental, la maquinaria de la devastación avanza con la misma gula destructiva que los dientes de acero de una motosierra. Los agrotóxicos envenenan el suelo y los alimentos; la Amazonia sufre su mayor índice de deforestación; las compañías mineras y la minería artesanal contaminan ríos, calas y lagunas, y abren claros en el bosque; las tierras de los pueblos indígenas son invadidas y expoliadas.
¿Y dónde está el pueblo? ¿Dónde está la capacidad de movilización de los movimientos populares, los sindicatos, las pastorales y los partidos políticos progresistas? ¿Serán ahora meros recuerdos, como un álbum de fotos, la Marcha de los 100 000 (1968, en plena dictadura), las huelgas de los metalúrgicos en el ABC paulista (1978-1980), la lucha por Elecciones Directas Ya (1984), el juicio político a Collor (1992), la movilización de la juventud en junio de 2013?
Sí, hay manifestaciones puntuales, como las marchas del Movimiento sin Tierra, las protestas del Movimiento de los Sin Techo, la de los pueblos indígenas en Brasilia, las de gays, mujeres y negros en defensa de su identidad, la de Caetano Veloso en el Acto por la Tierra. Y hay indignación por todos lados, sobre todo en las redes digitales, aunque el «fuhrer» todavía cuente con el apoyo de más del 30 % de la población.
¿La izquierda perdió la guerra de las narrativas? Sí, abandonamos el trabajo de base junto a los excluidos, dejamos que el fundamentalismo religioso, el narcotráfico y los paramilitares ocuparan las periferias de las ciudades. Y es solo ahora que estamos aprendiendo a lidiar con las trincheras digitales.
Al apartarnos del lugar social popular, regresamos al lenguaje hermético de los círculos académicos. Hablamos para nosotros mismos. Nuestro lenguaje les resulta extraño a los habitantes de las favelas, a los sin tierra, a los sin techo. Y a pesar de todo lo que sufren –como pagar más de cien reales por un balón de gas– el apoyo de más del 30 % a Bolsonaro no se reduce. ¿Por qué?
Porque las personas no piensan prioritariamente con el estómago. Lo hacen, sobre todo, a partir del sentido que les dan a sus vidas. Es ese sentido grabado en su mente lo que hace que un joven se disponga a morir en la guerra. Es ese sentido lo que lleva a los fieles a someterse a los dictámenes descaminados del cura o el pastor. Es ese sentido el que causa abnegación o revuelta, sumisión o reacción, miedo o valor.
¿Cuál es la narrativa de sentido que emiten los segmentos progresistas? Sabemos prometer, y hasta promover (como en los 13 años de gobiernos del PT) mejoras en la vida de la población. Pero no es la barriga la que, en última instancia, gobierna a la razón.
Podría decir todo eso con citas de autores consagrados, pero prefiero evitar lo que le sonaría alambicado a muchos lectores de mis textos.
Hoy día solo hay dos narrativas disponibles en el mercado epistémico: la capitalista y la marxista. La primera nos entra por los poros, en especial ahora que el planeta está globocolonizado. La otra, que rompe el círculo hermético del sistema, es el marxismo, que nos ofrece la posibilidad de un sistema de justicia y paz. Pero esta parece sepultada por los escombros del Muro de Berlín y por las muchas atrocidades cometidas por la desviación estalinista. El tabú de citar a Marx y asumirse como marxista es comprensible. Pero no el prejuicio que impide adoptarlo como método de análisis de la realidad, incluso desde la óptica religiosa, como hizo la Teología de la Liberación.
¿Será que el reformismo nos sacará del atolladero? ¿O nos dejará en el mismo lugar, como camiones atascados en el fango de los caminos de tierra, a pesar de que sus conductores aprieten hasta el fondo el acelerador, como hacemos en periodos electorales?
Fuente: https://www.resumenlatinoamericano.org/2022/03/31/brasil-donde-esta-el-pueblo-de-brasil/