La “unidad” se ha convertido en estos días en clave de las discusiones de una coalición de gobierno al borde de la ruptura. “Unidad ¿para qué?” Es un interrogante que se abre paso.
Extraído de Tramas: https://tramas.ar/2022/03/19/11470/
El 17 de marzo, en una reunión con representantes de los organismos de derechos humanos, la vicepresidenta Cristina Fernández afirmó que la “unidad” no es un valor que por sí mismo garantice nada y que sólo tiene sentido si sirve para mejorarle la vida a la gente.
Esas manifestaciones contestaron a la exhortación de un asistente al encuentro a defender la unidad en el oficialismo. Podrían sin embargo ser consideradas una tácita respuesta al documento de un nutrido grupo de intelectuales y artistas allegados o afines al gobierno, cuyo examen iniciamos aquí.
“Unidos”…que si no vuelve “la derecha”.
Ese escrito está surcado por la alarma frente a las amenazas que se ciernen sobre la cohesión del Frente de Todos (FdT). Se lee allí “la unidad vive procesos de tensión y podría terminar en un proceso de alta fragmentación.”
Estado de alerta afianzado por las sombrías perspectivas cuyo advenimiento podría acelerar: “Donde eso ocurra -y esta es nuestra principal preocupación, aquello que motiva este escrito- habrá un camino expedito para el retorno del neoliberalismo, seguramente en una versión acentuada y con mayor potencia destructiva… ”
Se evidencia lo que ya señalamos en la nota anterior: La declaración pivotea sobre el supuesto de una oposición radical entre el gobierno actual, y las ideas y las políticas que se identifican con la “derecha” o el “neoliberalismo”.
Pretendida contradicción antagónica que se desdibuja en la medida que el avance del gobierno del presidente Alberto Fernández va acompañado del ahondamiento de los males sociales que justamente suelen relacionarse con el despliegue de políticas neoliberales.
Distribución regresiva del ingreso vía inflación, precarización laboral creciente, incremento de la pobreza, carencias básicas en el sustento de sectores crecientes de la población. ¿Qué otros indicadores sociales podrían señalizar mejor el itinerario de políticas llamadas “neoliberales”.
No cabe la justificación de que la actual gestión de gobierno ha experimentado el advenimiento de los llamados “cisnes negros”: La pandemia primero, ahora el conflicto entre Rusia y Ucrania.
Ninguno de ambos imprevistos, y el primero en particular, pueden constituir ya excusa, transcurridos más de dos años de gobierno. Máxime para una gestión que cada vez que insinúa alguna decisión política que se aparte en medida más o menos apreciable del recetario del “neoliberalismo”, retrocede y la deja sin efecto casi de inmediato.
La autonomía frente a los poderes fácticos queda, a lo sumo, reducida a los límites de un amago pasajero.
La opinión de la vicepresidenta es en principio compartible. La acumulación de fuerza política, su articulación bajo un objetivo común, la construcción o mantenimiento de una instancia unificadora; son construcciones que cobran sentido en la medida que sean portadoras de un proyecto común.
Y de que dicho proyecto ofrezca un camino de mejora para la sociedad en cuestión o, si se adopta una visión agonal de la política, viabilice el triunfo de un proyecto progresivo frente a las fuerzas conservadoras o reaccionarias.
La reserva que podría formularse es que Cristina Fernández y sus partidarios no han roto lanzas con esa “unidad” de cuya pertinencia y utilidad desconfían. No se han separado de la coalición de gobierno.
Mantienen en el elenco gubernamental ministros, secretarios, titulares de entes públicos dotados de amplios recursos, etc. No se colocan de cara a la sociedad a la hora de desplegar sus discrepancias. Ni sitúan en el espacio público la expresión de sus desacuerdos.
Son sólo quienes son críticos desde el comienzo del gobierno actual los que vuelcan su protesta a las calles y exigen un radical cambio de rumbo. Y alcanzan un eco creciente.
Apenas “moderados”.
A lo largo del documento que nos ocupa emerge una mirada que renuncia a lo épico. Tal vez sin decirlo, lo que hay es un conformismo hacia una acción política y de gobierno circunscripta a la “administración de lo existente”, a partir de la renuncia a cualquier impulso transformador.
“Hace pocos años se vivieron momentos épicos y hoy no hay una situación épica. Por eso, aquí y ahora, hay una situación que conviene comprender mejor, incluso para detectar errores tácticos y técnicos.”
Muy difícilmente se pueda asumir la resignación como bandera política. Queda entonces, cuando se aspira a un derrotero conservador y no se quiere confesarlo, el recurso de postularse para el “justo medio”. Desplegado sobre un “realismo” al que se supone no sólo sensato sino inevitable.
Sobre el cierre del manifiesto, se formula una clara opción por la “moderación”. Es sabido que el de “moderado” es uno de los rótulos predilectos de las fuerzas del establishment a la hora de marcar a quienes pueden ser fáciles de cooptar dentro de los ámbitos de pretensión “progresista”.
A menudo se atribuye “seriedad” o “vocación de diálogo”, pero “moderado” es el sello favorito. Aquí nos encontramos con algo que ya no es sorprendente. Quienes siguen pretendiéndose en sus antípodas toman el lugar en el que el “neoliberalismo” gustaría de encontrarlos:
“La moderación no es buena o mala en sí misma. Quizás en países híper estables la moderación puede ser hasta una identidad. En América Latina no. Es una opción táctica en una etapa específica. Hay momentos en la historia en los cuales la moderación puede ser transformadora y la radicalización impotente.”
El escrito concluye poco después con una exhortación ritual:
“Seamos capaces, todos y todas los que nos sentimos parte del frente nacido en 2019 gracias a una decisión histórica, de seguir inventando una política que nos pueda conducir a la construcción de un país más justo.”
El interrogante que se agiganta es cuáles serían las razones por las que las mayorías populares encontraran en este “realismo” que se autodefine como “moderado” el camino para enfrentar la gigantesca ofensiva del gran capital contra su nivel de vida, sus condiciones de trabajo y sus derechos básicos. Y desde allí tentar el sendero hacia “un país más justo”.
¿Por qué confiarían en una corriente que ni siquiera se atreve a una caracterización social y cultural del enemigo? Que no osa hablar de “capitalismo”, ni de “clases dominantes”, ni del rol de las grandes potencias mundiales. Que sólo puede designar al supuesto enemigo bajo un rótulo ideológico, “neoliberalismo”. Acerca del que ni siquiera quedan claros los postulados que no comparten.
Unidos para claudicar.
Sin duda la mayor oscuridad y contradicción en el planteo de este conjunto de intelectuales están dadas por las circunstancias en las que emiten su desgarrador llamado a la “unidad”.
Es en momentos en que el gobierno al que apoyan acaba de convalidar la enorme hipoteca sobre los bienes y los ingresos de lxs argentinxs contraída por… el gobierno “neoliberal”. Y ha logrado esa convalidación con el voto casi unánime a favor de… los legisladores de Juntos por el Cambio.
A partir de allí la pretensión de constituirse en acérrimos adversarios de la “derecha neoliberal” ya no puede ser inscripta en el terreno del error. Sino en el de la escasez de pudor intelectual.
La bancarrota política y cultural se acelera dentro del campo del “progresismo”. La necesidad y la urgencia de que aparezcan alternativas políticas radicales destaca en el horizonte cercano de un capitalismo argentino que, librado a su propia dinámica, sólo cambiará para peor.
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