El liderazgo social, el bloque revolucionario y la construcción programática

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Alfredo Rada

En vísperas de las elecciones presidenciales de 2005 y con encuestas en mano, dentro del Movimiento al Socialismo (MAS) se sabía ya que Evo Morales triunfaría ampliamente. Esa rutilante victoria –la primera, porque luego vino el triunfo aún más amplio del 2009- fue posible por la combinación de tres factores: 1) liderazgo social, 2) bloque social revolucionario, y 3) programa de transformaciones. Veamos cada uno de ellos.

Liderazgo Social.

A medida que se hundía el sistema político conformado por la partidos neoliberales (MNR, ADN, MIR) Evo se fue convirtiendo en una opción claramente diferenciada de esa partidocracia. Su liderazgo, gestado hace más de veinte años en la defensa de la hoja de coca contra las violentas erradicaciones ordenadas por el gobierno estadounidense, se amplió luego a las demandas por tierra y territorio, con lo que irradió su influencia a los sindicatos agrarios a nivel nacional. La denominada “Guerra del Agua” del año 2000 le permitió dar un salto cualitativo, agregando a su plataforma la recuperación de los recursos naturales y el derecho popular a acceder a los servicios básicos, que no deben estar controlados por transnacionales. Desde el año 2001 planteó la necesidad de convocar una Asamblea Constituyente. Durante la crisis del 2003 que precipitó la caída de Sánchez de Lozada, propuso la recuperación de soberanía frente al Fondo Monetario Internacional (FMI) y la nacionalización de los hidrocarburos. Ya como presidente, desde el 2006, enriqueció su propuesta con la defensa de los derechos de la Madre Tierra frente a la depredación capitalista de nuestro planeta.

Evo se forjó en la escuela del sindicalismo y su tradición orgánica: el respeto y consulta permanente a las bases; la deliberación interna que deviene en acción externa unitaria; la voluntad de lucha y de sacrificio en la búsqueda de los objetivos definidos colectivamente; la tendencia a la negociación de posiciones para arribar a acuerdos; un fuerte practicismo que se basa en el aprendizaje por la experiencia y que no se pierde en discusiones doctrinarias; la acción política con arreglo a fines.

La emergencia de este liderazgo antiimperialista y anticolonialista constituye la mayor novedad en la política boliviana desde 1952. La derecha recién está aprendiendo, luego de ocho años y varias derrotas, a no subestimar un factor tan decisivo.

Bloque Social Revolucionario.

En el viejo debate de la izquierda boliviana sobre la relación entre los movimientos de masas y el partido de cuadros, terminó imponiéndose el Instrumento Político, como una categoría intermedia entre las dos anteriores que designa a la expresión políticamente organizada de los movimientos sociales y en la que los cuadros políticos deben ser también dirigentes sociales. Esta concepción se alejó tanto del “espontaneísmo” como del “vanguardismo” que caracterizó a la izquierda tradicional.
Se entiende al Instrumento Político como un bloque histórico de fuerzas sociales que, desde su condición de oprimidas y explotadas por el colonialismo interno y el capitalismo neoliberal, se unifican en la acción política sobre la base de acuerdos programáticos esenciales.

Al núcleo inicial conformado por campesinos, colonizadores (hoy llamados interculturales) y pueblos indígenas, se fueron sumando otros sectores urbano-populares y los sindicatos obreros. La Coordinadora de Movilización Única Nacional (COMUNAL) del año 2000 y el Estado Mayor del Pueblo del año 2003 fueron las primeras experiencias unitarias. Para respaldar a la Asamblea Constituyente se conformó el 2007 la Coordinadora Nacional por el Cambio (CONALCAM) a la que se incorporaron transportistas, gremialistas y cooperativistas mineros entre otros sectores. Desde el 2011 este bloque se debilitó por el alejamiento de algunas organizaciones, pero se ha reconstituido hace poco, con la decisión de la Central Obrera Boliviana (COB) de apoyar al gobierno para profundizar el proceso.

Programa de transformaciones.

Uno de los aciertos políticos del Movimiento al Socialismo, desde aquella primera victoria del año 2005, fue construir su propuesta programática junto a los movimientos sociales indígenas, campesinos y urbano-populares, convirtiendo la demanda social en programa de gobierno bajo el paradigma del Vivir Bien. De esta forma el bloque social revolucionario se proyectó en la gestión estatal con fines transformadores, lo que daba enorme legitimidad a esa gestión. Cuando aquel bloque se debilita por fisuras internas o porque entran en reflujo sus movilizaciones, pasa a prevalecer la tecnocracia gubernamental, con lo que el programa tiende a atemperar sus iniciales objetivos revolucionarios.

Hoy, que se están reconstituyendo las fuerzas sociales que respaldan el proceso, hemos entrado de lleno al debate programático. En esta construcción del programa de gobierno para el período 2015 – 2020, es indudable que partimos de los grandes avances conseguidos en los ocho años anteriores, entre los que se destacan las nacionalizaciones efectuadas en sectores estratégicos de la economía, fundamentalmente en el sector de hidrocarburos, así como haber sentado las bases constitucionales del nuevo Estado Plurinacional y del régimen de autonomías.

La consolidación y fortalecimiento del nuevo Modelo Económico Social y Comunitario –que no el de “economía plural” por ser ésta una noción conservadora- viene a ser una de las tareas más importantes y decisivas en el siguiente período. Y para ese nuevo tipo de economía, no es suficiente hablar de estabilidad y crecimiento (todos los gobiernos, incluyendo los neoliberales, hablan de esto). El énfasis debe estar en la socialización de la riqueza producida, lo que conlleva que no sólo debemos preocuparnos de cuánto crece nuestra economía medida en los convencionales términos del Producto Interno Bruto (PIB), sino de cómo crece nuestra economía. Un enfoque revolucionario del manejo económico no asigna ponderación absoluta y excluyente a la cantidad y calidad de los bienes materiales producidos, sino pone el énfasis en el modo en que se están produciendo y en la transformación de las relaciones sociales propias de esa manera de producir y distribuir lo producido.

En esta orientación anticapitalista será fundamental el aporte ideológico de la clase obrera (mineros, metalurgistas, constructores, fabriles y petroleros) que se está incorporando a esta construcción programática.


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