Una crisis originada en Estados Unidos afectó en forma severa a Europa y Japón. La primacía de la FED y el refugio colectivo en dólares o bonos de Tesoro expresaron la gravitación que mantienen los bancos norteamericanos. Pero también se reflejó la supremacía del imperialismo norteamericano, cómo protector de todas las clases dominantes.
Esta vez el temblor golpeó más duramente a los países centrales que a las economías intermedias. Ha crecido la influencia de las naciones semiperiféricas en un escenario más diversificado, que la tradicional configuración dualista centro periferia.
Pero es muy incierta la constitución de un bloque rival de las grandes potencias. Todas las economías en ascenso privilegian sus liderazgos regionales y reciben atractivas ofertas para su cooptación al orden imperial vigente. Esta tentación influye especialmente sobre la elite china, que gestiona un acelerado crecimiento en medio de grandes desequilibrios sociales y ecológicos.
La crisis no ha detenido el encarecimiento de los alimentos que agobia a la periferia más empobrecida. La revalorización de las materias primas es tan sólo el detonante coyuntural de una gran hambruna. Lo que destruye la seguridad alimentaria
de los países más relegados es el avance del agro-capitalismo y la especialización
exportadora.
La eclosión se expandió aceleradamente por todo el planeta. Esta sincronización retrata el avance económico de la mundialización y su discordancia con un sistema de relaciones políticas internacionales, históricamente asentado en múltiples estados nacionales.
El desprestigio del neoliberalismo no ha modificado la preeminencia de esa orientación derechista. Las clases dominantes sólo incorporan algunos complementos heterodoxos, a una política frontalmente opuesta al otorgamiento de concesiones sociales. La apetencia por el lucro continúa rompiendo todos los diques que morigeran las contradicciones del capitalismo.
La crisis en curso no prolonga desequilibrios irresueltos de los años 70. Expresa
desajustes de la nueva etapa, que incluyen formas inéditas de especulación financiera, irrupciones singulares de excedentes comerciales y un imprevisto protagonismo asiático.
La intensificación de la concurrencia es otro rasgo de la conmoción actual. Los
monopolios no atenúan esa rivalidad, ni impiden el ajuste de los precios. Mientras se vislumbra la nueva dinámica de fluctuaciones cortas, persisten los interrogantes sobre el signo de las ondas largas. La mundialización neoliberal introduciría otra frecuencia en estos movimientos, que tornaría obsoleto el contraste con la onda expansiva de posguerra.
CRISIS GLOBAL II: LAS TENDENCIAS DE LA ETAPA.
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