Se equivocaron los teóricos de las ondas largas que auguraban la existencia un nuevo ciclo Kondratiev de tonalidad expansiva que por lo menos se debería extender hasta el año 2025, cuando ya hubiera una “nueva hegemonía” ubicada en un “nuevo polo geopolítico con centro en Asia: sea Japón, China, Rusia, India, Pakistán o un “hegemón combinado”, sui generis que hiciera las veces de reemplazo del imperio norteamericano, cuestión que no se ve muy clara en estos tiempos. Más bien, lo que ocurrió, por lo menos desde la crisis mundial de 1974-1975, fue que el actual ciclo recesivo que allí se originó, fue constantemente regenerado, en los ochenta y los noventa del siglo pasado, con las políticas liberales y mercantilistas del gran capital y del Estado keynesiano, al grado de cambiar, luego de la industrialización de los países del tercer mundo y, en particular, de los de América Latina, su proceso de acumulación y reproducción de capital en función de las prerrogativas que demandaba el mercado mundial gobernado por las empresas transnacionales de las potencias imperialistas (al respecto consúltese literatura relevante de la teoría de la dependencia y sobre el intercambio desigual). Porque muchos teóricos se fueron con la finta de que el problema era “estrictamente financiero” y de dificultades de los precios (“deterioro de los términos de intercambio”) y de las tasas de ganancia. Basta recordar la propagandística tesis de la CEPAL para calificar y reducir toda la crisis estructural, financiera, industrial, productiva, laboral y comercial de los países latinoamericanos de los ochenta como un “crisis de la deuda” que repitieron como pericos tirios y troyanos, mientras que el “período” lo calificaron como una “década perdida”, aunque nunca se aclaró perdida para quién.
Por el contrario, si bien la crisis es una crisis de sobreproducción (mayor la oferta que la demanda) y de realización de mercancías y de capital (por ende: de producción de anti-valor y dificultades de realización de plusvalía), sin embargo, también es cíclica; es decir, atraviesa por un ciclo de prosperidad, expansión, recesión, depresión y crisis donde intervienen, en cada uno de esos momentos, el Estado y las políticas del capital. Pero debemos observar, y aguzar, su carácter cualitativo y en espiral: queremos indicar con ello que se trata de un proceso histórico estructural del desarrollo capitalista global y dependiente que en cada ciclo histórico, por ejemplo, cada diez años, ve reducirse la duración de los periodos de crecimiento económico y de producción de riqueza y aumentar los de recesión, depresión y de crisis como está sucediendo en la actualidad. Es decir, la gripe en el paciente enfermo y en el adulto es la misma, pero su manifestación en ambos, completamente diferente. Por ello “…las categorías más abstractas, a pesar de su validez ―precisamente debida a su naturaleza abstracta― para todas las épocas, son no obstante, en lo que hay de determinado en esta abstracción, el producto de condiciones históricas y poseen plena validez sólo para estas condiciones y dentro de sus límites” (Marx, Karl, Elementos fundamentales para la crítica de la economía política ( Grundrisse ) 1857-1858, Siglo XXI, México, 1980, octava edición). Tesis fundamental contra el pensamiento conservador en el sentido de la afirmación de que las categorías son fiel reflejo tanto de la realidad externa (el mundo empírico, la naturaleza, de la “cosa en sí” kantiana, según Lenin, en Materialismo y empiriocriticismo ), como de la historia, pero de ninguna manera constituyen categorías aisladas o eternas (globalización, fin de la historia, postcolonialismo, democracia) como pregonan las corrientes del pensamiento idealista.
La actual crisis capitalista del mundo, tanto en el centro del sistema, como en su periferia (subdesarrollada y dependiente), es esencialmente una crisis de producción de valor y de plusvalía, y que Marx vislumbró hace 150 años en el magnífico borrador de los Grundrisse y desarrolló posteriormente en su monumental obra El capital , crítica de la economía política , en una suerte de secuencia epistemológica y conceptual entre ambos, muy distante de la tesis de Antonio Negri en su Marx más allá de Marx , donde presupone lo contrario, o de su fragmentación generacional y “ruptura epistemológica” de Louis Althusser que divide el pensamiento de Marx en rebanadas ideológicas, como dice Mandel.
Planteamos que una vertiente de la crisis estructural del capitalismo mundial actual se deriva de la insuficiencia, y hasta cierto punto, incapacidad, de los mecanismos del sistema para generar el valor en general suficiente que restituya la producción de valor en el proceso de trabajo, valorice el capital invertido (en medios de producción, materias primas y en fuerza de trabajo o capital variable); cree plusvalía y restituya el aumento de la tasa de ganancia. Esta tesis deriva de aquélla constatada ejemplarmente por Marx cuando expone que el trabajo, la fuerza de trabajo, es el único factor productor de valor y, por ende, de plusvalía y que cuando el capital no está en la esfera de la producción, sino en la de la circulación, es improductivo, de tal manera que “Este proceso de realización es a la par el proceso de des-realización del trabajo. El trabajo se pone objetivamente, pero pone esta objetividad como su propio no-ser o como el ser de su no-ser: del capital” (Grundrisse, L.I., p. 415). Por eso, como está ocurriendo en la actualidad, cuando el capital global desplaza crecientemente parcelas de fuerza de trabajo en todas las industrias, servicios y actividades, países, territorios y regiones y en el mundo entero, al mismo tiempo que se disloca hacia las actividades especulativas características del capital ficticio (es decir, el capital que se desconecta, durante determinados períodos, de la esfera de la producción), si bien es cierto que crea más productos (valores de uso), sin embargo, progresivamente en el largo plazo crea cada vez menos valor (de cambio), lo que termina por castigar severamente la tasa de plusvalía y, por ende, la media de ganancia del sistema. Como la tendencia del capital es la de “…volver superfluo (relativamente) el trabajo humano, la de empujarlo como trabajo humano hasta límites desmesurados” (Grundrisse, L. I., p. 350), esta tendencia termina por castigar la tasa de plusvalía y, a través de las categorías como competencia, distribución, apropiación, a la tasa de ganancia; fenómenos concatenados que precipitas al sistema a la crisis.
Además, cuando el capital, como está ocurriendo hoy en la economía capitalista global, se concentra en la esfera financiera, en los bancos, en el comercio, en la circulación, de acuerdo con Marx, se reafirma el proceso de desvalorización, porque ese capital no crea valor ni plusvalor en esa esfera, sino solamente en la de la producción, que es el espacio-tiempo donde la fuerza de trabajo se articula con los medios de producción y la transformación de la naturaleza para ―poder― producir medios de consumo y nuevos medios de producción que revitalicen el proceso de reproducción del capital en una nueva escala superior. De esta forma, “…la desvalorización constituye un elemento del proceso de valorización, lo que ya está implícito en que el producto del proceso en su forma directa no es valor, sino que tiene que entrar nuevamente en la circulación para realizarse en cuanto tal. Por lo tanto, si mediante el proceso de producción se reproduce el capital como valor y nuevo valor, al mismo tiempo se le pone como no-valor, como algo que no se valoriza mientras no entra el intercambio” (Grundrisse, L.I., p. 355).
Según Marx, el proceso de valorización de capital, además de esta desvalorización implícita, también incluye tanto la conservación del valor como la creación de plusvalor por la fuerza de trabajo. Debemos constatar que el valor de uso de la fuerza de trabajo ―que es el que en el mercado compra el capital―, produce la plusvalía (vital para el sistema) y se determina por el tiempo de trabajo socialmente necesario para su producción y reproducción, y no al revés. Por esa misma razón Marx aclara que “El tiempo vivo de trabajo que el capitalista adquiere en el intercambio no es el valor de cambio, sino el valor de uso de la capacidad de trabajo” (Grundrisse, L. II., p. 195). Disipándole a Ricardo y, por extensión a los teóricos de la economía política clásica, esta confusión entre valor de uso y valor de cambio y su relación con la producción de plusvalía Marx aclara que: “Lo que el capitalista recibe en el intercambio es la capacidad de trabajo: es este el valor de cambio que paga. El trabajo vivo es el valor de uso que tiene para él este valor de cambio, y de este valor de uso surge el plusvalor” (Grundrisse, L. II, p. 54).Categorías simples, pero que son la base de toda la confusión de la economía política clásica y neoclásica de nuestros días que no atinan a entender el papel central del trabajo y del valor en nuestros días.
Y justamente, en la constante valorización-desvalorización del capital, lo que este castiga, contradictoriamente en aras de obtener plusvalía y ganancias, es justamente ese trabajo que supone la reproducción del obrero (o sea: su valor de uso determinado por el tiempo de trabajo socialmente necesario para su producción y que se expresa en una proporción monetaria bajo la forma de salario). Lo que comprime dentro de la jornada de trabajo el capital (en la plusvalía relativa, véase la Sección Cuarta de El Capital) es justamente el tiempo socialmente necesario para aumentar el tiempo de trabajo excedente no remunerado que representa la plusvalía. Entonces por esto la categoría “tiempo de trabajo”, que había sido el eje alrededor del cual se calculaban todos los valores y precios de las mercancías, en el capitalismo entra, primero, en tensión y, más tarde, en la crisis (Véase mi libro: El mundo del trabajo en tensión. Flexibilidad laboral y fractura social en la década de 2000, coedición Plaza y Valdés-FCPyS-Posgrado en Estudios Latinoamericanos-UNAM, México, 200).
De tal manera que la proyección científica de Marx (válida hoy para el siglo XXI y para la explicación esencial de la crisis contemporánea del capital), es que en el capitalismo se agudiza, como está ocurriendo por todo el sistema, la contradicción-lucha entre el tiempo de trabajo y lo que llamaríamos desmedida del valor, es decir, que en cada ciclo de aumento real de la productividad social del trabajo, debida entre otros factores, al incesante incremento e incorporación de tecnología de punta en el proceso de trabajo, la categoría “tiempo de trabajo” deja de ser un factor suficiente para aumentar el plusvalor y, por ende, en el largo plazo, de la tasa de ganancia, la cual, por el contrario, tiende a declinar, estimulando por todo el sistema el ciclo especulativo, la concentración y centralización del capital y, como su producto, las crisis financieras, monetaria e inmobiliarias como las que estás en curso en Estados Unidos.
Ciertamente que ese tiempo, que es promedial, social y necesario, crece, pero lo hace cada vez menos, debido entre otros factores, al desplazamiento de fuerza de trabajo conforme aumenta la composición orgánica del capital (la relación entre el capital constante y capital variable, o sea, la fuerza de trabajo); al desarrollo tecnológico (que en sí no crea valor ni, por ende, plusvalía, sino sólo lo transfiere al producto final, contrariamente a las afirmaciones posmodernistas) y, finalmente, a la constante producción de plusvalía relativa (articulada eficazmente con la plusvalía absoluta), de tal manera que la hipótesis que aquí sostenemos es que: por más que siga aumentando la productividad, desarrollándose la revolución tecnológica y “ahorrando fuerza de trabajo” (desempleo, ejército industrial de reserva, etcétera), la reducción del tiempo socialmente necesario para la producción de mercancías y de fuerza de trabajo se va volviendo cada vez más marginal; es decir, cada vez más insignificante para producir valor y plusvalor, aunque progresivamente esté aumentando en la sociedad el volumen general de la riqueza física (valores de uso), pero, sin embargo, con un valor contenido cada vez menor. Entonces el sistema entra en crisis orgánica, estructural y civilizacional, como está ocurriendo en la actualidad.
Las salidas que tiene el capital, por supuesto, son varias y ésta no es la última crisis, a pesar de su severidad y espectacularidad. No hay una crisis terminal del sistema, como a veces postulan sin bases ciertos marxistas dogmáticos y trasnochados. El sistema del capital y su metabolismo social (István Mészáros), tiene dispositivos muy serios que implementar para auto-regenerarse, por supuesto, como la represión y la fuerza bruta (como en Irak y Afganistán), cuando la crisis y la lucha de clases son incontrolables para el imperio.
Nosotros apuntamos dos tendencias importantes: la guerra imperial y la generalización por todo el sistema del régimen socioeconómico de superexplotación del trabajo como “salidas” inmediatas de la crisis, que podrían recolocar una cierta corrección de la tasa promedio de crecimiento económico del sistema capitalista, aunque en una proporción infinitamente menor a la tasa alcanzada por el capitalismo durante los llamados “treinta años gloriosos”.
En este contexto, desde la década de los años ochenta del siglo pasado, cuando asumen la supremacía las estrategias estabilizadoras del neoliberalismo y del capital financiero, las crisis capitalistas modernas están hoy mucho más que nunca en el pasado indisolublemente asociadas a la reestructuración del capital y del mundo del trabajo (en materia de salarios, organización del proceso de trabajo, formación sindical, calificación y adiestramiento, así como del ejército industrial de reserva, con el fin de adecuarlos a la lógica y condiciones de funcionamiento del mercado en el marco del cual asumen un papel estratégico las políticas del Estado y del capital encaminadas a estimular el crecimiento de la tasa de ganancia, contrarrestar las tendencias a la disminución del ritmo de acumulación y a favorecer los procesos de reestructuración y desregulación de la fuerza de trabajo (Cf. James O’ Connor, Crisis de acumulación, ediciones Península, Barcelona, 1987).
En ese lapso ocurrieron cambios cuantitativos y cualitativos en aspectos importantes de las estructuras de acumulación y valorización de capital; en los regímenes políticos y estatales (por ejemplo en América Latina), así como en las estructuras de clase y en las instituciones de las sociedades contemporáneas.
Es así como en el aspecto estructural de la dimensión económica, se fue consolidando un nuevo patrón de acumulación y reproducción de capital neoliberal, con fuerte propensión a volcarse al mercado mundial capitalista, particularmente en los países dependientes y subdesarrollados de América Latina (Cf. Mis libros: México: dependencia y modernización, Ediciones El Caballito, México, 1993, Globalización y precariedad del trabajo en México, Ediciones El Caballito, México, 1999, La reestructuración del mundo del trabajo, superexplotación y nuevos paradigmas de la organización del trabajo, coedición ITACA-UOM-ENAT, México, 2003).
Hoy ese patrón privilegia la producción de productos primarios para la exportación así como de biocombustibles, donde Brasil posee la segunda industria de biocombustibles del mundo por su tamaño después de Estados Unidos y proporciona alrededor de 40% del combustible que consumen sus automóviles y se calcula que pronto podrá suministrar 15% de su electricidad mediante la quema del bagazo de la caña de azúcar (Cf. Economist Intelligence Unit, “El futuro de la energía”, La Jornada, 01 de julio de 2008). De esta forma, para aumentar las exportaciones la mayor parte de los países latinoamericanos se vio orillado a reconvertir sus aparatos productivos y sus patrones de acumulación de capital en función del sacrosanto principio neoliberal de especializar los aparatos productivos en beneficio de sectores tradicionales primario-exportadores dependientes de la producción de petróleo, gas, agricultura, ganadería, minerales, frutas, en suma, de recursos naturales que, dígase de paso, hoy constituyen la base de los patrones de reproducción de capital de América Latina destacando el Cono Sur y países de la región andina y centroamericana. De esta forma, la condición del crecimiento económico que vienen imponiendo los organismos internacionales como el Banco Mundial, el Fondo Monetario, la OCDE y el BID, pasa a depender del grado que alcance la especialización productiva en cada economía nacional ―dentro del marco de la nueva división internacional del trabajo y del capital― para exportar recursos naturales y productos básicos —que otrora consumía la población— como ocurrió en los países del Cono Sur, antes que de mercancías complejas de alto valor tecnológico agregado que resultaban del proceso de industrialización, como plantearon reiteradamente los autores de la CEPAL y, hoy, los neo-estructuralistas del desarrollo y las corrientes evolucionistas de la tecnología .
El Otro elemento que se coloca como “dinamizador” de la economía es la exportación de fuerza de trabajo barata y supernumeraria como muestra el caso de México y de Centroamérica principalmente hacia Estados Unidos. Aunque este fenómeno hoy presenta dificultades, sobre todo, derivadas de la contracción de la economía norteamericana en materia de remesas y migraciones.
Estas políticas conservadoras de reconversión industrial y de ajuste de las economías a los requerimientos de las grandes empresas no bastaron en la década de los ochenta y de los noventa, como no bastan hoy, para resolver la crisis capitalista, sino que se proyectan a nuevos espacios y sectores que amenazan seriamente la viabilidad tanto del sistema como de la propia humanidad.
En el ámbito político-jurídico y social el perfil correspondiente de ese patrón de reproducción se expresa a nuestro entender en la gestación de cambios significativos en el Estado que por ello pasa de ser “bienestarista” a francamente neoliberal, minimalista y empresarial, es decir, un Estado burgués, penal y de seguridad (Bensaid), que prácticamente se está extendiendo e imponiendo con mucha fuerza en todo el mundo para legalizar las políticas del gran capital en materia económica, social y ambiental tendientes a su mercantilización. Y obviamente en la imposición y funcionamiento de tal tipo de Estado se hace imprescindible el permanente uso de la fuerza, los sistemas de exclusión social de la población de los mínimos vitales de subsistencia y de su participación activa en los asuntos públicos del gobierno. O sea, un Estado permanente de seguridad nacional y de contrainsurgencia fundado en lo que Ruy Mauro Marini denominó Estado del cuarto poder, que es capaz de revitalizarse tanto en los países del capitalismo avanzado como, y con mucho mayor fuerza, en los dependientes y subdesarrollados de su periferia.
Es así como hoy el Estado capitalista contemporáneo es sustancialmente (más) funcional y orgánico a la reproducción del capitalismo en esta fase neoliberal y conservadora, y completamente incapaz para cubrir los requerimientos de la fuerza de trabajo y las crecientes necesidades de las grandes masas de la población en materia alimentaria, de salud, educación, vivienda y recreación como llegaron a postular, insuficientemente en el pasado, autores keynesianos como el brasileño Francisco de Oliveira, Os direitos do antivalor. A economía política da hegemonía imperfeita, Editora Vosez, Sao Paulo, 1998, a través de la categoría analítica que él denomina en esa obra “fundo público” o sean los recursos que el Estado destina a la reproducción de la fuerza de trabajo en materia de seguridad social, bienestar, alimentación, subsidios, pero sin explicar ―y aquí radica toda la debilidad de su análisis― el origen de los recursos de ese fondo público.
No hay que ir muy lejos para constatar esta situación frente a la crisis energética, alimentaria, financiera e inmobiliaria que azota en nuestros días al sistema capitalista, a partir de la crisis de Estados Unidos en curso y que justamente se está tratando de paliar mediante la expropiación de derechos y garantías de los trabajadores, así como de las reformas tendientes a aumentar la superexplotación del trabajo en todo el mundo.
De cierto ángulo la crisis de agotamiento del viejo patrón de reproducción de mediados de los setenta y el advenimiento del nuevo a partir de los ochenta se explica por una cierta asincronía entre lo que Marx llamó el ser social como determinante de las categorías correspondientes a la superestructura pero que, equivocadamente o por miopía acomodaticia, los críticos y los enemigos del marxismo la tomaron al pié de la letra sin ver su dimensión metafórica, crítica y cualitativa y, por supuesto, su carácter metodológico para imaginar los rumbos de la investigación científica que, por cierto, se desplazan desde lo abstracto a lo concreto y nuevamente a lo abstracto, para brindar una perspectiva de múltiples relaciones e interrelaciones de carácter global y dinámica. (Karl Marx, Prólogo de la contribución a la crítica de la economía política, OE, Progreso, Moscú, p. 182).
Dos décadas y media de neoliberalismo mundial y vernáculo es la historia crítica de esa contradicción entre el viejo modo de vida, de producción y trabajo capitalista que se resiste a perecer (el antiguo Estado del bienestar: desarrollista, industrializador y fordista) y uno presuntamente nuevo, neoliberal, global, agresivo, excluyente, polarizante, anti-industrializador que se está afianzando a toda costa, incluso con la represión de los movimientos populares que a él se oponen en cualquier parte del mundo.
En esta lógica el neoliberalismo privatizó el sistema económico y social para adaptarlo a las necesidades de la acumulación y reproducción del capital de los países desarrollados de occidente mediante la imposición de políticas económicas de choque-ajuste-estabilización y a través de fases de crecimiento económico (relativo) que, más tarde, produjeron crisis estructurales y financieras del sistema capitalista mundial, siendo su momento más álgido la de México en 1994-1995.
Otra línea, en la lógica de desarrollo del capital, se dio mediante el expansionismo de las grandes empresas trasnacionales-red apoyadas en el Estado burgués dependiente y en los Estados imperialistas de Estados Unidos, la Unión Europea y Japón en función de una supuesta globalización y democratización como “valores universales”. Esto provocó un refuerzo de la cohesión del capital en los niveles industrial, comercial, rentista, bancario, financiero y ficticio, presentando un panorama de verdadera globalización del poder trasnacional sin contradicciones sustanciales aparentes, que sólo pueden ser “resueltas” dentro del propio sistema capitalista.
De aquí las fórmulas ideológicas del “fin de la historia y del trabajo” (Fukuyama y Bell, respectivamente), el “auge” de la “new economy” y del “consenso de Washington que difunden un mensaje subliminal relativo a que el sistema es “todopoderoso” ante el cual no existen fuerzas sociales y políticas que lo puedan superar (Bush) en un contexto en que el capital está asumiendo una configuración desde la década de los ochenta del siglo pasado, la forma parasitaria del capital ficticio: una cierta supremacía hegemónica en el capitalismo globalizado del siglo XXI que castiga con severidad los sistemas productivos y las tasa de crecimiento del empleo productivo de una buena porción de la humanidad trabajadora (Chesnais, Françoise, “A fisionomia das crises no regime de acumulação sob domináncia financeira”, Novos Estudos, CEBRAP no. 52, noviembre de 1993).
La supremacía del capital ficticio (que no crea valor, ni plusvalía) aunado a la contracción de las tasas de crecimiento promedio del sistema productivo y económico, sumergieron al capitalismo en la crisis más severa que estamos padeciendo. En breve, recordemos los factores de la recuperación de la rentabilidad del capital que Marx indica en el Libro III, Sección III: “Ley de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia”; capítulo XIV: “Causas que contrarrestan la ley” ( pp. 232-239) :
a. Aumento del grado de explotación del trabajo.
b. Reducción del salario por debajo de su valor (superexplotación).
c. Abaratamiento de los elementos que constituyen el capital constante (máquinas, materias primas, edificios).
d. Incremento del desempleo y del subempleo.
e. Ampliación del comercio exterior en el mercado mundial.
f. Aumento del capital-acciones (capital ficticio).
Es evidente que, contra aquéllos que plantean que Marx “ya es obsoleto” o, como dijo alguien: “antiguo”, esos mecanismos utilizados por el capital para contrarrestar la caída de la tasa de ganancia no sólo se mantienen, sino que hoy en día se han desarrollado infinitamente, junto a otros nuevos efectivamente como el espectacular desarrollo del capital financiero especulativo (capital ficticio), la dinámica transnacional de las empresas multinacionales, la generalización y universalización de la superexplotación del trabajo y de la ley del valor (globalización), el uso de nuevos métodos de producción y organización del trabajo al amparo de la informática y del constante desarrollo tecnológico, así como la dirección que el Estado neoliberal le imprime a sus políticas públicas en beneficio de la rentabilidad y la expansión general del capital.
Al respecto basta mencionar, en tanto elementos de la superexplotación del trabajo, las 65 horas de aumento de la jornada de trabajo que el 9 de junio de 2008 aprobó el Consejo Europeo de Ministros Estado y la patronal organizada de los países de la Unión Europea, o sea, para prolongar legalmente la jornada de trabajo para producir plusvalía absoluta. Ello supone que un empleado podrá trabajar hasta un máximo de 65 horas semanales, si así lo “acuerda” con el empresario (preguntémosles a los trabajadores gallegos qué opinión tienen de este “acuerdo voluntario”). Esta es la esencia del nuevo contrato flexible de trabajo con el capital en la modernidad capitalista
Por otro lado, el desarrollo inusitado de nuevos métodos de explotación y organización del trabajo, como el toyotismo de origen japonés que, como demuestran autores y estudios especializados, tiene como eje de sustentación la intensificación de la fuerza de trabajo, para aumentar la plusvalía relativa. Por último, el tercer elemento de la superexplotación y que expone Ruy Mauro Marini en su Dialéctica de la dependencia, es, dice, la disminución del fondo de consumo de los trabajadores y su conversión en fuente de acumulación del capital. Situación esta última que presupone la disminución de los salarios por debajo del valor real promedio de la fuerza de trabajo. Fenómeno que ya se comienza a advertir en el capitalismo central, pero que requiere de más profundización y de serios estudios de caso que lo verifiquen.
Por lo pronto el régimen de superexplotación del trabajo ―en tanto categoría constituyente del capitalismo dependiente que se desarrolló históricamente entre 1850 y 1982― hoy en día también se generaliza al seno mismo del capitalismo central, para operar allí como un genuino mecanismo de contención de la crisis y de los serios problemas de reproducción y de rentabilidad como los que se están verificando en el capitalismo mundial y donde la crisis inmobiliaria y financiera son sólo manifestaciones de esas profundas mutaciones y ajustes del mundo del trabajo y de la explotación.
Investigador del Centro de Estudios Latinoamericanos de la FCPyS de la UNAM y catedrático del Posgrado en Estudios Latinoamericanos de la misma universidad. E mail: tecamatl@hotmail.com