Sobre luchas, iniciativas y alternativas

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Daniel Campione

Se ha vivido un mes entero de movilizaciones, desde el seis de marzo al seis de abril. Multitudes apreciables, fuerte presencia obrera y sindical, incluso en la movilización del Día de la Mujer, que tuvo destacada participación de mujeres trabajadoras. La multitud impuso sus propias consignas, como el 7 de marzo, cuando se arremetió contra la cúpula de la C.G.T. en la exigencia de que fijara la fecha para un paro general.

Las dos CTA apoyaron las movilizaciones lanzadas por la conducción cegetista, pero generaron su propia movilización el 30 de marzo, también con una convocatoria muy numerosa. Los docentes, enfrentados a una táctica de desgaste del gobierno, estuvieron una y otra vez en la calle, sosteniendo la exigencia de una paritaria nacional, contra los intentos del gobierno de negociar los salarios con cifras que no toman en cuenta el poder adquisitivo perdido por la fuerte inflación del año pasado.

Hay que valorar la capacidad de lucha demostrada, la firmeza para enfrentar la política social y económica del gobierno, el rol jugado por sectores gremiales enfrentados a las conducciones burocráticas. También se necesita visualizar sus límites y evaluar la capacidad de respuesta del gobierno y las apuestas tácticas que éste realiza.

Pese a toda la disconformidad con su política, la CGT tuvo margen para declarar un paro “dominguero”, sin movilización. Los cortes de calles llamados por corrientes sindicales combativas y partidos de izquierda fueron significativos, al límite de desatar una respuesta represiva del gobierno en la Panamericana, que en cierto modo contribuyó a realzar aún más esa medida de protesta. Sin embargo todo ello no iguala el peso que hubiera tenido una gran movilización unitaria, si la CGT hubiera convocado a un paro activo.

Aún entre vacilaciones y desacuerdos tuvo lugar una respuesta a favor del gobierno, la marcha del 1 de abril. No fue la grandiosa manifestación que predicó el gobierno y el periodismo adicto, pero tampoco la desvaída reunión de unos pocos miles de personas, como la presentaron algunos medios opositores. El hecho de que haya sido importante, con cánticos de “apoyo a la democracia” y llamados a evitar por todos los medios el retorno del kirchnerismo (y del peronismo en su conjunto),llama a la reflexión sobre que no estamos frente a un gobierno totalmente desprestigiado y sin capacidad de respuesta. Después de esa marcha el presidente y sus colaboradores directos se propusieron pasar a la contraofensiva, en base a los resultados de la manifestación, logrados sin asumir a pleno la convocatoria ni empeñarse a fondo para garantizar su éxito. Entonado por ese apoyo, el gobierno se dispuso a hacer efectivo el protocolo antipiquetes, a profundizar las acciones de desgaste de la huelga docente y de desprestigio de su principal dirigente, hasta culminar en las acciones violentas que impidieron la primer tentativa de instalar la “escuela itinerante.”

Quizás la actitud más significativa del gobierno es desechar actitudes conciliadoras y empeñarse a fondo en su propia política. El Foro Económico Internacional celebrado el mismo día del paro, fue toda una reafirmación de una política de dureza, y del propósito de impulsar un “cambio cultural” en pos de una mayor expansión del individualismo en la sociedad, de una cultura de “emprendedores” que desdeñe la organización y la acción colectiva. Chile y Perú son modelos de “revolución cultural” bajo el signo de la libertad de mercado, aquí se busca un “país normal”, a costa de niveles de pobreza y desigualdad aún más escandalosos que los actuales.

Además de los objetivos de mediano y largo plazo, centrados en generar condiciones aún más favorables para que el capital expanda sus ganancias, el gobierno actúa mirando el escenario electoral. Temeroso de terminar en una derrota pese a dejar los aspectos más regresivos de su política para después de las elecciones, parece orientado a asumir a pleno sus objetivos, al tiempo que se presenta como la garantía de la superación del “populismo”. Convencidos que los más influidos por el kirchnerismo y la izquierda no lo votarán nunca, apunta retener a quienes ya lo votaron. A falta de aumento de las inversiones, reactivación económica y rápido descenso de la inflación, la apuesta es a concentrarse en la “herencia recibida” y en el amplio porcentaje de la población que piensa que nada podría ser peor que un retorno del kirchnerismo al gobierno. Desde el 1 de abril se han esforzado por transmitir la sensación de que el elenco gobernante ha retomado la iniciativa, en el discurso, en las acciones represivas, en la promoción de causas contra CFK.

Es seguro que Cambiemos apostará a activar los componentes más conservadores del sentido común, el prejuicio clasista hacia los “negros” que anida en buena parte de los sectores medios e incluso en algunos miembros de la clase obrera. Intentará extender el paradigma de un país “normal”, entendido como una sociedad en la que no se cuestionan las jerarquías de la riqueza y el poder, y se asuma a las inversiones del gran capital como único camino hacia el crecimiento económico y la hipotética mejora de las condiciones de vida. Hoy asistimos a un replanteo de la nostalgia de “aquella” Argentina que era la quinta potencia mundial, la de Roca, Pellegrini y más tarde Agustín P. Justo, ajena a tentaciones populistas, basada en el predominio más o menos indisputado de los propietarios terratenientes y las grandes empresas urbanas.

Cuenta para ello con el respaldo del gran capital ligado a las finanzas, a las actividades exportadoras, a las grandes empresas que dan prioridad a romper el poderío de los sindicatos y a imponer una “nueva cultura” en materia de salarios y condiciones de trabajo. Lo resisten las ramas de “baja competitividad”, como la textil, la indumentaria, el calzado, entre otras que podrían no resistir la “apertura comercial.

Aspira también al respaldo de los grandes sindicatos. Los días previos al paro, que se resignó a no poder evitar, parte del gabinete estuvo activo en lograr acuerdos con los grandes gremios, lograr convenios a la baja y cláusulas de “productividad”, a cambio de las consabidas concesiones a la “caja” sindical y de las obras sociales.
Hoy corremos el riesgo de que se diluyan las luchas y su masividad. Ese peligro lo marcan la política sindical acomodaticia, el pacifismo papal que apunta a aplacar a los movimientos piqueteros, el vuelco del kirchnerismo y el PJ al ámbito electoral…

Tampoco puede descartarse que los hasta ahora fallidos “brotes verdes” comiencen a percibirse más allá del “campo” y la obra pública. No hay por qué pensar que la recesión actual persista y aún se profundice durante un lapso prolongado.
Para que el panorama combativo no se desdibuje, las CTA en unidad de acción pueden jugar un gran papel, sustentado sobre todo por la CTA autónoma, inclinada a posiciones más claras y exenta de lazos partidarios. Sus acciones pueden instalar una posición diferente en el interior del movimiento obrero, que incluya al creciente númerode gremios disidentes en la CGT y a las muchas comisiones internas y cuerpos de delegados con conducciones combativas. Para eso es sustantiva la profundización de la lucha, sobre todo en lo inmediato, antes que la coyuntura electoral cobre máximo protagonismo.

El gobierno responderá con todo el arsenal de la manipulación electoral, basado hoy en una apuesta a la dicotomía excluyente macrismo-kirchnerismo, para lo que recurre a la demonización del gobierno anterior y al ninguneo de cualquier opción diferente, desde la izquierda al complaciente Frente Renovador.

El escapar a esa polarización exige el trabajo que llame la atención sobre la necesidad de una alternativa nueva, que se proponga luchar contra el sistema capitalista , sin limitarse a la “resistencia” contra las políticas en curso, a la búsqueda del regreso de un pasado venturoso. La propuesta no puede ser un capitalismo “serio”, “nacional” o “humanizado”, que, en el mejor de los casos, puede proporcionar a los trabajadores unos años de relativa “prosperidad”, en la medida que los precios de los bienes exportables se mantengan favorables y habiliten un incremento del gasto estatal en sentido redistributivo. No necesitamos ningún regreso, sino la apuesta audaz al futuro. Convencer de la viabilidad de un porvenir diferente conlleva la necesidad de mostrar que los sufrimientos de las clases populares no devienen de las políticas regresivas de un gobierno antipopular, sino del núcleo mismo del sistema. En el mismo sentido, se requiere señalar de modo incansable que el problema no es el “neoliberalismo”, ni esta o aquella doctrina dentro del marco de la sociedad burguesa, sino el imperio del capital como un todo.

También se requiere la reivindicación de la iniciativa popular. No se trata de seguir liderazgos indiscutibles, supuestamente clarividentes, sino de construir un auténtico poder popular, de masas, contrario a todo verticalismo, rebelde frente a cualquier burocracia enquistada en posiciones de poder. La contracara indispensable es la denuncia de cómo los mecanismos de la democracia representativa son penetrados por el poder del capital, y la demostración de que el sentido del voto cada vez dispone menos sobre las verdaderas políticas que seguirán sus elegidos.

A medida que se acerquen las elecciones, los partidos hegemónicos tratarán de convencernos de que, pese a no elegirse cargos ejecutivos, estas elecciones son decisivas, que grandes cambios en un sentido o en otro ocurrirán según quienes sean sus triunfadores. Frente a eso sólo cabe retomar la idea clásica de que las elecciones, desde una perspectiva socialista, sirven ante todo para denunciar los atropellos del capital. Y para ubicar en el parlamento mujeres y hombres que puedan llevar allí la crítica al gran capital, la defensa consecuente de los intereses de los trabajadores, la diferenciación frente a la política sistémica.

Más allá de lo electoral, sin duda se avecinan nuevas luchas, renovados episodios represivos, distintas tentativas de promover el desaliento y el conformismo. Hoy no hay una alternativa definida, que conjugue un programa de transformaciones radicales con modos creativos de construcción social y política, eso es una dificultad objetiva. La construcción de esa alternativa es una tarea de mediano plazo.
Hoy mismo es el momento indicado para comenzarla.


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