Sobre la campaña electoral y los llamados programas políticos

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Adrián Pulleiro

MARTES 9 DE JUNIO 2009

I. Concentrados en el Cable

Lo primero que podemos decir es que los “programas políticos”, es decir aquellos en donde hay cierto espacio y ciertos tiempos para hilar ideas y hacer preguntas, donde asisten dirigentes políticos y sociales y funcionarios públicos para hablar de los que serían los grandes problemas y temas del país, están concentrados en los canales de cable.

Los dos canales de aire más vistos, Canal 13 y Telefé no tienen, desde hace años, ningún programa de este tipo. Lo mismo ocurre, desde hace un tiempo, con Canal 9. Llama la atención que en Canal 7, el canal público tampoco haya ningún programa político, más allá del tiempo asignado a temas referidos a la política, las acciones de Gobierno, los procesos políticos y económicos a nivel internacional, sobre todo en noticieros. De esta forma, el único canal de aire que tiene programas de este género es América, o sea el de menor cobertura y en ningún caso ocupan lugares centrales en su grilla de programación.

Salta a la vista que el canal con más programas políticos es TN, propiedad del Grupo Clarín, que tiene seis programas de ese tipo de lunes a jueves. De atrás lo sigue Canal 26, que sumó algunos programas relevantes en las últimas semanas.
Todo esto nos pone ante el primer dato contundente. Según las estadísticas de acceso a la televisión por cable, redondeando para arriba para tener en cuenta a los “colgados”, podemos hablar de un 50% de los hogares con ese servicio. Conclusión fácil: el grueso de los programas donde se discuten, en este caso, las elecciones quedan por fuera del alcance de gran parte de la población.

II. Todos se terminan pareciendo

Hay datos de la campaña que saltan a la vista, como por ejemplo el nivel de exposición de Francisco De Narváez y Daniel Scioli, la ausencia de Felipe Solá y el retaceo en las apariciones de Néstor Kirchner. Sin embargo, aquí ese dato nos importa menos que describir algunos de los mecanismos que en los programas políticos hacen que al finalizar todos los candidatos se parezcan más de la cuenta.
Por un lado, están las mesas en las que aparecen varios candidatos, en un supuesto debate que nunca termina de serlo por las reglas de cortesía que caracterizan a los programas políticos y por los tiempos acotados.

Junto con las mesas que superponen candidatos para simular un debate consigo mismos, están las preguntas que hacen los conductores-periodistas políticos. Al transitar por los diferentes programas podemos advertir la reiteración de las preguntas, incluso más allá del correr de las semanas: ¿Qué se juega en las elecciones?; ¿qué le parecen las candidaturas testimoniales?; ¿va a asumir en caso de qué gane?; ¿qué le cuestiona al gobierno?; ¿se puede apostar al consenso y al diálogo con el kirchnerismo?; ¿por qué no se unen? …

A las preguntas y a las mesas, se suman algunas estrategias evidentes de, en este caso, sobre todo los candidatos del PRO. El caso de Gabriela Michetti es el más contundente. La ex Vice de Macri no se cansa de decir que en la política argentina “hay miedo a los acuerdos, hay una necesidad artificial de diferenciarse”. En este sentido, habla del papel regulador del Estado y de la necesidad de distribuir la riqueza. Y comparte con muchos de los conductores el lugar común de los imprescindibles acuerdos a los que hay que llegar en torno a “las políticas de Estado”. En la misma línea, Ricardo Delgado, el economista principal de De Naváez, cerró su participación en un programa de America 24, diciendo que el Gobierno debe tener políticas para atacar el 30% de pobreza que no se modificó. Lo que no se dice en estos casos –ni tampoco se pregunta- es cómo se haría, cosa que sí plantearía por lo menos algunas diferencias.

En el escenario actual, la superposición y los tiempos acotados, la reiteración de preguntas que apuntan a la polémica efectista más que al debate de ideas, la insistencia sobre la falta de acuerdos respecto de los supuestos temas centrales y las políticas de estado, termina siendo funcional a un discurso opositor que hace foco en la cuestión del respeto de las reglas del juego institucional y centra sus críticas en el autoritarismo del gobierno.

A esto habrá que sumarle el contenido de los cierres reflexivos al estilo Mariano Grondona, que refuerzan la cuestión de las formas y las normas. Nelson Castro y Joaquín Morales Solá son los máximos exponentes de ese mecanismo.
Nobleza obliga. El único candidato al que le escuchamos hacer un cuestionamiento a los procedimientos que describimos es Pino Solanas, quien advirtió en el programa “Argentina, modelo para armar”, que a raíz de la falta de tiempo para desarrollar las ideas, las coincidencias entre los invitados parecían mayores de lo que en realidad son.

III. La falta de ideas

La carencia de debate profundo en la campaña es evidente, pero ¿hay una falta de ideas en esta campaña o en los sectores hegemónicos del sistema político?
Desde la salida de la dictadura podemos ubicar cuatro momentos donde el discurso y la palabra tuvieron mucho peso: los primeros años de la transición democrática; la campaña que llevó a Menem a la presidencia y los primeros años de las grandes reformas del menemismo; en los primeros tiempos del kirchnerismo en los que la palabra tuvo mucho que ver con la recomposición de la legitimidad; y finalmente, la “crisis del campo” en donde cierto debate permeó la sociedad, más allá de los maniqueísmos.

Podemos decir a riesgo de ser algo esquemáticos que este estado de cosas puede remitirse al papel que viene jugando la mediatización de la política y al papel que no vienen jugando los partidos políticos.

Desde fines de los años ´80, la política se “mediatizó” y el ser televisable y sonar convincente pasó a ser más importante que el discurso argumentativo, el debate ideológico y la organización. Sin ese proceso no se explica el papel degradante de De Narváez bailando con su doble en el programa de Tinelli. A su vez, la televisación de la política es un proceso directamente proporcional a la crisis de los partidos tradicionales como espacios de participación y coherencia programática. Tal vez, la campaña electoral sea el momento que mejor condense ambos elementos. Por eso en la campaña no predominan las ideas sino los slogans, no hay trayectorias políticas si no buena imagen, y son más importantes los “referentes” que las construcciones reales.

El máximo exponente de “la producción” de candidatos es sin dudas De Narváez, que con la combinación entre mucha plata para hacer publicidad y pagar notas, más un discurso efectista sobre el tema más sensible y en boga –como es la “inseguridad”-, más su última versión de “tipo común”, pasó en muy poco tiempo de apenas aparecer en los sondeos de opinión a pelearle la elección al oficialismo en el distrito más importante del país.

Y de vuelta, el terreno de las imágenes y de las formas favorece a un espectro político que en realidad no tiene cuestionamientos de fondo para hacer, más allá de que no se puedan negar las diferencias.

El problema se plantea para aquellos sectores que pugnan por construir una alternativa real, cuyo sustento fundamental es la participación y la movilización, para lo cual son necesarias las ideas, los argumentos, las diferenciaciones.

Sería un error darle la espalda al escenario electoral. Del mismo modo sería infantil no darse ciertas tácticas para aprovechar mejor las apariciones en un terreno adverso y ajeno como es el massmediático. Sin embargo, el mayor peso tendrá que estar en el fortalecimiento de una política comunicacional autónoma, basada en los medios propios, y que por supuesto va de la mano de la acumulación de fuerzas más general en lo social, en lo político y en lo cultural.

Adrián Pulleiro


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