Asesinato para frenar conflictividad.

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Julio Gambina

La protesta de los trabajadores el pasado miércoles 20 era por la incorporación a planta de trabajadores tercerizados del ferrocarril, objetivo a lograrse al altísimo precio de la muerte de un joven militante social y político.

El fenómeno de la tercerización en los ferrocarriles es una secuela de la privatización ferroviaria y el proceso de deterioro de las condiciones laborales producto de la flexibilización laboral instaurada bajo el modelo neoliberal, de apertura, privatizaciones y privilegio a la iniciativa privada, subsistentes aún luego de reestatizaciones, tal como ocurre con el ferrocarril.

Las privatizaciones, la flexibilidad laboral y salarial estuvieron y están acompañadas de un proceso de desindicalización de la población trabajadora, al punto que solo el 13% de las patronales del sector privado reconocen delegados en sus empresas. Eso explica la impunidad empresarial que actúa autoritariamente sobre las demandas de la fuerza de trabajo como mecanismo de asegurar una mayor rentabilidad del capital.

El asunto es que no solo actúa la impunidad patronal, sino también, la complicidad de un modelo de organización sindical funcional a las necesidades del orden capitalista contemporáneo. Por eso no sorprende que los asesinos de Mariano Ferreyra sean socios de la práctica burocrática del sindicalismo tradicional.

El problema de fondo es el capitalismo contemporáneo, que cada vez suma calificativos descalificantes, como capitalismo criminal, mafioso, de especulación o de altísima renta para los grandes inversores. Por eso no debe sorprender que la CEPAL y la UN califiquen a la región latinoamericana como la más desigual del mundo, pese a las altas tasas de crecimiento económico. Del mismo modo que podemos calificar a la Argentina como el país en que mayor creció la desigualdad en las últimas dos décadas.

La sociedad capitalista está constituida en base a sujetos sociales y políticos concretos, consolidando en la Argentina la dominación del capital más concentrado, sustentado en una institucionalidad gestada en tiempos de hegemonía neoliberal y lubricado con consensos corporativos, burocráticos, de políticos, medios de comunicación y aparatos sindicales funcionales al régimen de acumulación y dominación. No hubo interna sindical, o dos bandas en pugna como algunos intentan instalar. La protesta asociada a proyectos de izquierda, anticapitalistas, debe ser acallada, según demanda el régimen del capital.

El repudio al asesinato del joven militante debe estar acompañado de una denuncia a la superexplotación de la fuerza de trabajo, en este caso por la flexibilización laboral, extendida en el mundo del trabajo en el país y en el mundo, tanto como la demanda de un nuevo modelo sindical y de representación y participación popular en la toma de decisiones, especialmente en materia económica. La sindicalización es una forma de participación de los trabajadores en la disputa por el orden económico y que existan más de 2.000 organizaciones, entre ellas la CTA, demandando su personería demuestra el déficit democrático de una sociedad que mantiene estructuras autoritarias.
Las movilizaciones de repudio sucedidas luego del asesinato no tienen solo alcance en el episodio de la emboscada y asesinato, sino que se asocia a la demanda por eliminar los condicionantes institucionales de un orden reaccionario construido al amparo del terrorismo de estado en los 70 y del neoliberalismo empujado por la ofensiva del capital en los 90. Esa es la asignatura pendiente.

Buenos Aires, 24 de octubre de 2010


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