EL SALVATAJE DE LOS POBRES

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José Puello Socarrás

Y entre tanto se corrobora la dinámica que rige en el capitalismo mundial: en las crisis se socializan las pérdidas, en las bonanzas se privatizan y se concentran aún más las ganancias, muy poco se ha dicho sobre los mecanismos e instrumentos que seguirán, ya no para “salvar” a la poderosa élite financiera y sus clientes sino a la inmensa mayoría de la población sumida en niveles impúdicos de pobreza, quienes – como mayoría -, una vez más serán objeto de la distribución del malestar global.

Al respecto, el Banco Mundial ha sido uno de los primeros en pronunciarse (3). Inmediatamente estalla la convulsión en Wall Street y en la medida en que se propagaba el virus financiero hacia todas las economías del planeta, este organismo trazaba su visión sobre la manera cómo se deberían solventar las cuestiones más urgentes de la crisis.

En general, las recomendaciones no constituyen ninguna novedad y, como era de esperarse, continúan reafirmando el pensamiento que por largo tiempo ha identificado al organismo. En esta oportunidad, se reúnen en un documento titulado: Bailing out world’s poorest. ¿Qué se propone el Salvataje a los más pobres del mundo?

Salvar a los pobres…

De entrada hay que subrayar que el mencionado “rescate financiero” aparece muy bien definido: no está dirigido hacia la Pobreza sino hacia los más pobres, es decir, “los pobres entre los pobres”, una división inaudita y en contra del sentido común de superar la pobreza en su conjunto como habitual y retóricamente se publicita desde estas entidades cada vez que encuentran la oportunidad mediática (4).

Estas interpretaciones fragmentarias en la concepción de la pobreza no resultan mucho menos una primicia. Ha pasado mucho tiempo desde que las llamadas políticas sociales focalizadas (o “diferenciadas”, como se insinúa ahora) diseñadas, introducidas y apoyadas por el BM han logrado institucionalizar la necesidad de gestionar la población extremadamente pobre relegando la meta de combatir la pobreza integralmente. Pero, incluso, este absurdo todavía puede ser mayor.

Según el BM, existe la posibilidad de establecer más distinciones entre “los más pobres de los pobres” pues es dable – y, en términos de los diseños e implementaciones de la política social, “deseable” en la crisis que comentamos – diferenciar al interior de esta categoría entre quienes son vulnerables y quienes no a los choques que se esperan, con el fin de identificar eficientemente los verdaderos sujetos de las políticas. Al final de cuentas, los presupuestos enunciados ahora para “salvar a los más pobres” siguen consolidando los juicios acomodaticios y las definiciones “técnicas” (que, por el contrario, resultan ser contundentemente políticas) y que, en la mayoría de los casos, plantean líneas de pobreza cercanas a los 1,25 dólares diarios de subsistencia (5).

No habría que perder de vista entonces que este salvataje pretende exclusivamente compensar los efectos negativos de esta coyuntura para preservar – en sus palabras – “los activos físicos y humanos claves de la gente pobre y sus comunidades”, evitando asumir el significado de las crisis recurrentes del capitalismo y, especialmente, las de la época neoliberal donde el Banco Mundial patrocinó sus resultados, entre ellos, la profundización de la pobreza en magnitud y número en todas las regiones del mundo. Esta misma condición hoy por hoy, y sin contar aún con los efectos puntuales que inducirá la convulsión actual, desde luego, resulta abiertamente inmoral (6).

Y aunque el BM reconoce literalmente que la crisis “claramente incrementará la pobreza en el mundo”, es decir, la pobreza en términos generales – vía incremento de los precios de los alimentos, los combustibles y los fertilizantes, principalmente -, mantiene con obstinación sus criterios reactivos y particulares a la hora de ofrecer alternativas (7).

De las estrategias que deben seguirse para encarar la crisis global, la reforma a las redes públicas de protección social resulta ser una cuestión ineludible. El BM considera que éstas deberán concentrarse en la “intervención directa” de los gobiernos, particularmente en los países en vías de desarrollo, mediante la implementación de esquemas de transferencia de dinero (o alimentos) y programas de “alivio laboral”, enfatizando muy especialmente en estos últimos.

Los esquemas de transferencia consisten, como su nombre lo indica, en la entrega de una cantidad fija de dinero con base en serie de encuestas programadas entre los más pobres de los pobres. De allí se lograría proyectar un ingreso o consumo “básico” – y aquí debemos mantener en mente el estimativo de “pobreza” que utiliza el Banco – que asegure una relación sólida con el consumo. En esta modalidad, también conocida como Programas de Transferencia Condicionada de Dinero, las familias más pobres entre los pobres deben demostrar cumplir con ciertos requisitos para ser beneficiarios idóneos: por ejemplo, la asistencia regular de los niños a la escuela o, incluso, algunas versiones exigen la afiliación de los miembros al sistema de salud.

En lo fundamental, esta estrategia se enmarca en los famosos programas de “corresponsabilidad” – como el mismo Banco denomina a estas condicionalidades en el documento citado -. Pero si bien hay que distinguir entre diferentes tipos de corresponsabilidad, aquí definitivamente se invoca la modalidad típica de privatización de los derechos ciudadanos largamente experimentada en América Latina durante más de dos décadas de contrarrevolución neoliberal.

Esta corresponsabilidad se interpreta como la concurrencia de las familias (en este caso, no olvidemos, el Banco está hablando de las familias más pobres entre los pobres y además las “técnicamente” más vulnerables) para soportar progresivamente deberes, gastos y obligaciones que son plena responsabilidad de los Estados, en lo que podría calificarse fácilmente como un chantaje social, sobre todo, si se tiene en cuenta las dificultades sociales – insistimos, para los más pobres entre los pobres – que suponen sobre todo los tiempos de crisis (8).

La mirada del Banco Mundial al respecto, lejos de basarse en una política social redistributiva en una perspectiva de derechos sociales universales, como defienden algunos, apunta ser una acción residual pues, en este caso, las intervenciones son posteriores y temporales (con ocasión de la emergencia de la crisis y aunque se sugiere un marco de largo plazo, definitivamente no se constituyen en prácticas permanentes ó sustancialmente progresivas), por un lado y por el otro, son obtusamente particulares y exageradamente selectivas (9). De hecho, se plantea literalmente que cuando acabe la crisis no habrá razones para mantener una red de protección social “para la mayoría de los trabajadores”.

No obstante, el otro componente del salvataje que sugiere el organismo para los pobres, en términos de la política social y de redes públicas de protección, resulta tener un carácter más revelador. Los programas de alivio laboral aparecen como un componente clave para dar – según ellos – una respuesta inmediata a la crisis.

Palabras más, palabras menos, el esquema implica la incorporación de la fuerza laboral disponible (desempleada) durante períodos cortos de tiempo (siempre inferiores a las jornadas laborales legales, digamos, determinado número de días al año, algunos días al mes, ciertas jornadas a la semana o, incluso, un par de horas) para trabajar en proyectos de iniciativa comunitaria que, a través de una agencia estatal o federal creada para tal fin, vigilaría los detalles administrativos del proceso, garantizando algún tipo de financiación. Esta iniciativa se justifica además bajo “evidencias empíricas” fruto de distintos ensayos históricos en diferentes economías a nivel mundial, que van desde los programas de labores públicas en la India Británica hacia finales del siglo XIX hasta las medidas contemporáneas en América Latina, eso sí, sin olvidarse de invocar sutilmente la época de Roosevelt adornada con un suave aroma keynesiano.

Hasta aquí, la propuesta juzgaría ser una típica política de “activación laboral”, la cual, más allá de formularse en perspectiva, no logra mayores diferencias con lo sustancial de las reformas de flexibilización laboral, para hoy, largamente conocidas. Sin embargo, algunos pormenores del programa revelan, como era de esperarse, las características suspicacias en las retóricas dominantes cuando sospechosamente expresan la voluntad de “salvar a los más pobres (entre los pobres)”.

El Banco Mundial es taxativo en advertir la exigencia de que los programas de alivio se diseñen con remuneraciones laborales calculadas a partir de “tasas bajas de salario”, es decir, por debajo del salario mínimo legal instituido. En este caso, incluso, los salarios no sólo deben estar más allá de la ley sino que podrían también estar más allá de las dinámicas del mercado, según lo planteen las circunstancias específicas. Con ello, afirma el Banco, se lograría asegurar una auto-focalización del esquema, asignando trabajo a la población desocupada más pobre (entre los pobres, recordemos) y que “realmente lo necesita”. Bajo esta lógica, se prevé que las personas que no entran en el rango de pobreza estarían desincentivados para participar.

Los proyectos comunitarios, a los que denominan de bona fide, deben dirigirse hacia necesidades locales (como el entrenamiento en “habilidades básicas” de lectura y en conocimientos elementales de aritmética) en áreas pobres ubicadas según las directrices de la mencionada agencia estatal quien deberá establecer previamente las zonas susceptibles de apoyo según un “mapa de pobreza creíble”. Para el financiamiento de las potenciales propuestas, el sector privado puede concurrir y el “no-gubernamental” – aunque no se plantea expresamente pero viene implícito – de seguro deberá hacerlo (10).

Según el Banco Mundial, esta es la alternativa que “puede ayudar en la lucha contra la pobreza crónica tanto como la pobreza de transición en una crisis”.

¿Qué implicaciones tiene esta soteriología “humanista” que hoy promueve el Grupo del Banco Mundial?

El salvajismo innato en el salvataje a los pobres

Los llamados alivios, en primer lugar, plantean una lógica más que perversa si se tiene en cuenta que invocan la flexibilización de la flexibilización neoliberal en términos laborales. Profundizando la tendencia de des-laboralización, de nuevo el BM intenta seguir descreditando implícitamente la calidad y permanencia laboral tanto como el significado de la protección social, al exhortar formas de inserción laboral precarizadas que, en últimas, no sólo ocultan la diferencia sustancial entre ocupación y empleo en detrimento del Trabajo y a favor del Capital sino que al mismo tiempo promueven la intensificación de las relaciones de explotación laboral hacia situaciones calificadas antes como indignantes – las observadas en el ciclo de reformas neoliberales – pero que hoy valdría la pena estimarlas como indigentes.

Evidentemente es una racionalidad que aunque se aplica desde hace mucho se exacerba característicamente en medio de esta crisis. Eduardo Galeano recordaba precisamente que las autoridades inglesas entre 1979 y 1997 “masajearon los números” y las estadísticas en ¡treinta y dos ocasiones!, “hasta llegar – dice sarcásticamente – a la fórmula perfecta, que se está aplicando en la actualidad: no está desempleado quien trabaja más de una hora por semana”. (11)

Ahora, en segundo lugar, bajo la excusa de la “focalización automática” del esquema – antes calculada por los tecnócratas neoliberales del caso en la forma de decisiones administrativas y que ahora ¡responde fidedignamente a lógicas mercantiles! – se argumenta la incorporación laboral de los trabajadores a niveles salariales que inclusive podrían ubicarse por debajo de la tasa salarial promedio de los mercados laborales.

No hay que olvidar que aquí la disponibilidad de la fuerza laboral en la segmentación de “los más pobres entre los pobres” se caracteriza por ser mayoritariamente, como el mismo BM señala, “trabajo manual no calificado”, lo cual sugiere que se avalarían salarios muy por debajo del nivel mínimo de subsistencia. Es más, el BM acepta sin sonrojarse que una tasa salarial baja “significa menos ganancias para los participantes, muchos de los cuales tienen grandes necesidades”. Y, justamente, así lo expone en los ejemplos históricos que arrima para darle visos de razonabilidad a sus propuestas. Por ejemplo, cuando se refiere a las iniciativas “exitosas” aplicadas en la India en los años setenta, asegura que los trabajadores conseguían empleo a cambio de renunciar a un cuarto de su salario, el cual ya de suyo era ínfimo; otro ejemplo, es el de Argentina bajo el programa Trabajar, en donde por trabajo, las personas debían renunciar directamente a casi la mitad de sus remuneraciones salariales. Esto sin contar con que los costos laborales no salariales sencillamente no se ponen en discusión pues ni siquiera existen. El panorama, evidentemente, es de sobre-explotación.

Sin perder de vista las especificidades críticas de las circunstancias que impone la actualidad valdría la pena insistir en si este salvataje no configura el más cínico y salvaje chantaje social, sobre todo, en regiones como América Latina y el Caribe donde, por un lado, las inequidades y la pobreza son más que generalizadas y, por otro lado, es la región donde el Grupo del Banco Mundial y sus allegados (como el Banco Interamericano de Desarrollo) precisamente concentra muchas de sus prioridades e intereses. ¿No existen otras alternativas?

De hecho, el BM recomienda que en el caso de que los salarios no puedan bajar a niveles apropiados, en lugar de combinar en las estrategias de salvataje a los pobres (transferencias en dinero y programas de alivio laboral) se deberá recurrir al esquema de las transferencias en términos de “trabajo por comida”.

En esta invitación del Banco Mundial el orden de los factores no altera el significado de la fórmula prevista. Pues ya sea trabajo por comida o se trate de comida por trabajo se pretende bajar a toda costa los salarios, una ecuación irrevocable en el capitalismo en tiempos de crisis y que, como en todas las crisis responde a una circunstancia de sobre-acumulación capitalista en la que se exponen las tasas globales de ganancia del Capital, tal y como está sucediendo hoy cuando se combinan choques y recesión. Con ello, al mismo tiempo, se asegura la reproducción de la fuerza laboral no sólo en el sentido económico de la afirmación sino con mayor acento desde el significado político que conllevan estas apuestas.

Las medidas sugeridas apuntan, claramente, a gestionar el conflicto social que si bien está presente en las lógicas del sistema, se agrava de manera muy particular en las crisis – insistimos, sobre todo teniendo presente la magnitud de esta crisis -, con el fin de aliviar el problema de la precarización laboral y sus potenciales riesgos sociales y mantener niveles de legitimidad ó como se denomina ahora: de gobernanza.

No hay duda que este “humanismo soteriológico” aprovecha la afectación de la crisis y el escenario recesivo para profundizar el neoliberalismo. O, lo que es lo mismo, aquí se quiere conjurar la crisis no sólo con más capitalismo sino – aún peor – con más neoliberalismo.

Desde luego, ya no se trata del capitalismo salvaje, como desde hace algunos años viene sucediendo, sino uno de salvataje (12) – y, como muchos proponen, un capitalismo “¡con rostro humano!” y “serio” (¿?) – pero que, en lo fundamental de su nuevo espíritu, continúa conservando y reproduciendo su carácter salvaje, como vimos, cuando de lo que se trata es de confrontar sus resultados y contradicciones, particularmente en términos sociales.

En este caso, la crisis actual simplemente figura como el hito que entra a desatar una serie de tácticas y estrategias que ya se han venido aplicando desde hace algún tiempo en la forma de supuestas nuevas reorientaciones políticas y “novedosas” reconfiguraciones socio-económicas, especialmente en Latinoamérica y el Caribe.

Precisamente, las aristas más sugestivas del salvataje a los pobres proporcionan algunas evidencias. Esta orientación del Grupo del Banco Mundial institucionaliza medidas que en varios países se han implementado y siguen hoy su curso, compartiendo consistentemente el espíritu del salvataje que actualmente se anima para los pobres. Programas de “transferencias” y “alivios” como Progresa (1997) en México; Familias en Acción (2001) en Colombia; Jefes y Jefas de Familia (2002) en Argentina; Juntos (2005) en Perú, por traer a colación los más conocidos, tienen en común reproducir las mismas (i)lógicas que antes desglosamos.

Por el momento, del viejo: “sálvese quién pueda” pasamos sutilmente al nuevo: “sálvese como pueda”. Claro está, máxima que se aplica con sumo rigor cuando se trata de la pobreza y de los pobres: la inmensa y creciente mayoría. En “otros” casos, un salvataje de verdad y con débito a todos sí es posible aún cuando un millar de personas estén en la capacidad de cubrirlo.

José Francisco Puello-Socarrás

Notas:

(1) Estados Unidos (U$1.5 billones), Inglaterra (U$513 mil millones), Alemania (U$675 mil millones), Holanda (U$270 mil millones), Francia (U$486 mil millones), España y Austria (U$135 mil millones), Italia (U$54 mil millones), Portugal (U$27 mil millones). Aproximamos una cifra global. En América Latina la Corporación Andina de Fomento (U$1.500 millones), el Fondo Latinoamericano de Reservas (U$1.800 millones) y el Banco Interamericano de Desarrollo (U$6 mil millones).
(2) Cadavid, Carlos Arturo, “3.5 billones de dólares de más pobreza”, Revista de la CUT Antioquia, Lazo de Unidad No. 47, Medellín, Colombia, Abril-Mayo 2007 [disponible en línea: http://alainet.org/docs/spip.php?article19479].
(3) El BM anunció que concentrará U$42 mil millones para apoyar a países pobres y préstamos por U$100 mil millones destinado a los países en vías de desarrollo. La Fundación Financiera Internacional (IFC) U$3.000 millones para recapitalizar bancos en dificultades y otorgar líneas de crédito para la refinanciación de proyectos en infraestructura ya existentes, financiados con fondos privados. www.bancomundial.org (27/11/08).
(4) Desde la década de los noventa, el “discurso público” del Banco Mundial ha considerado que la primera prioridad para la entidad es “combatir la pobreza”.
(5) El BM de la mano de resultados empíricos en crisis anteriores (países asiáticos), considera al mismo tiempo que “no todos los pobres serán afectados” (p. 3), lo cual justificaría su criterio diferenciador.
(6) La línea de pobreza internacional promedio, toma como referencia los 15 países más pobres: 1.25 dólares diarios, según datos del Banco Mundial, a precios de 2005.
(7) Se calcula que con la actual crisis, se sumarán 20 millones personas en situación de pobreza a los más de 1.400 millones alrededor del mundo. 2600 millones de personas viven con menos de U$2 diarios. Chen, Shaohua y Ravallion, Martin, “The developing world is poorer than we thought, but no less successfully in the fight against poverty”, Policy Research Working Paper, No. 4703, Washington, Banco Mundial, 2008.
(8) En el caso de la Educación, estas estrategias violentan normativas contempladas en el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales (PIDESC) y la Convención de Derechos del Niño ratificados por los Estados.
(9) Cfr. Fonseca, Ana, “Los sistemas de protección social en América Latina: un análisis de las transferencias monetarias condicionadas”, Regional Bureau of Latin America, PNUD, 2006.
(10) Ravallion, p. 20. Si las propuestas no pertenecen a zonas consideradas por fuera de la línea de pobreza recomienda que los proyectos deberán asumir sus propios costos laborales no salariales, justificando las modalidades ya bien conocidas de flexibilización actualmente existentes.
(11) Galeano, Eduardo, Patas arriba. La escuela del mundo al revés. Buenos Aires, Catálogos, 1.998, p. 177.
(12) Puello-Socarrás, José Francisco, “Del capitalismo salvaje al capitalismo del salvataje”, en: http://colombiadesdeafuera.wordpress.com/, 2.008.


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